Por: Arnaldo Ramos Lauzurique.
No es posible reducir el título, todo guarda relación con el engendro que está llegando a su fin.
Una de las La primeras acciones del régimen consistió en reducir a gusanos a los opositores; es más a los simples pacíficos, los denominaban apáticos, a partir de lo cual todo el que no participaba activamente a favor del régimen era catalogado de contrarrevolucionario. La calificación de gusanos a todos los que no apoyaran abiertamente al régimen trataba de provocar repudio hacia esas personas al destacar sus características de reptar. Se enfatizaba, sin embargo, que gracias al influjo de la Revolución, podría ocurrir una metamorfosis, es decir, transformarse en rosadas e incluso rojas mariposas revolucionarias.
Pero medio siglo después se observa una contra-metamorfosis: pálidos, rosados y rojos, antiguos “revolucionarios, castristas y comunistas” reniegan masivamente de su actual posición y la multitud silenciosa y temerosa que no se atrevía a manifestar su inconformidad se expresa hoy a la menor causa, sin la oposición de los que antes “salían al paso”.
La actividad castrista de: “la calle es para los revolucionarios” ha quedado limitada a las turbas organizadas por el régimen, que por compromiso y sin ninguna convicción se encargan de “representar al pueblo”.
Precisamente, en esta situación, ocurre el deceso de Laura Pollán duele, cuando más necesaria era, cuando más le molestaba al régimen. Fue una muerte muy conveniente, en el momento oportuno, después de una semana en terapia intensiva, entubada, en manos ajenas. No es necesario especular, pero viene sin poderse evitar a la mente la frase: “la ocasión la pintan calva”.
En este contexto se puede resaltar la falta de seriedad y cobardía de quien dice representar actualmente al Estado cubano, Raúl Castro, que lejos de cumplir su compromiso del 24 de diciembre de 2007 de darle agua las 24 horas del día a Santiago de Cuba en 2009 -que no ha logrado hasta hoy- declaró en enero de 2011 que no había que presionarse ni apresurarse en cumplir la palabra empeñada y precisamente el 17 de octubre próximo pasado, permite publicar un artículo en el periódico Granma donde se explica que sus subordinados han sido sancionados por los incumplimientos en esa obra, de la cual es el máximo responsable. Al alcalde Manuel Fernández Supervielle, que se suicidó en la década del 40, por no poder cumplir su promesa de dar agua a La Habana, se le caería la cara de vergüenza por esa actitud.
Ello es solo un aspecto a destacar, por ser el más reciente, pero lo más remarcable de sus últimos pasos ha sido el gran fraude que significaron todas las promesas del VI Congreso del PCC, que han quedado rápidamente en el papel, al igual que las del ya remoto V Congreso.
El pueblo de Cuba tendrá que aprender que no es suficiente dar quejas por los rincones, mientras participa en el pacto con un régimen que tolera todo tipo de corrupción, bandidaje, desidia y desorden a cambio de la pasividad y el supuesto apoyo. También tendrá que comprender que no le es posible emigrar en masa.
Mientras la sociedad cubana permanece en esa inercia, el país se está cayendo a pedazos, todos lo saben, y cada día que pasa la ruina económica y moral se extiende.
No hay ya más nada que decir, faltan los hechos.
La Habana, 19 de octubre de 2011.