Por: Arnaldo Ramos Lauzurique
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Si el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro Moros, pretendió convertir su disputa con Estados Unidos en el centro de los debates de la VII Cumbre de las Américas; no lo logró. El decreto de Obama, que calificó a ese país como una amenaza para su Estado, lo volvió loco.
Pero si además, Maduro presumía que la confrontación que ocasionaría entre toda Latinoamérica y el Caribe con Estados Unidos, serviría para dar al traste con futuros eventos de esa naturaleza; mucho menos tuvo éxito.
No le faltaron esfuerzos ni gastos de recursos. Durante más de un mes, en un típico escenario teatral -al estilo de Fidel Castro en sus buenos tiempos- tuvo movilizada a toda Venezuela, reduciendo al mínimo las actividades económicas. Además convocó a todas las organizaciones regionales a las que pertenece –UNASUR, CELAC, ALBA- para buscar un respaldo unánime, pero a la hora de las exposiciones de los mandatarios en el evento, la mayoría de éstos pasó por alto la cuestión.
En total 10 naciones de las 35 participantes: Cuba, Ecuador, Argentina, Bolivia, Uruguay, San Vicente y las Granadinas, El Salvador, Nicaragua,y Granada y la propia Venezuela; manifestaron un apoyo resuelto a Maduro. Ello representó el 29% de los países presentes y apenas el 15% de la población del continente, estimada en unos 1 000 millones de personas,
Cinco naciones: Trinidad y Tobago, Barbados, República Dominicana, Antigua y Barbudas y Panamá con menos del 2% de la población continental, se refirieron ligeramente al tema o se manifestaron en términos conciliatorios.
Los 20 Jefes de Estado restantes, el 57% ,, que representan a una población superior a las 800 millones de personas, le pasaron de largo al asunto; por supuesto Estados Unidos entre ellos, pero además, tampoco se refirieron al tema, las otras naciones más pobladas del hemisferio: México, Brasil, Perú, Canadá y Colombia.
Por lo demás, la Cumbre pasó sin penas ni glorias, aunque esto no significa que vaya a ser la última como se auguraba y Perú será sede de la próxima. Obama capeó el temporal que se le avecinaba con la posición de Venezuela y obtuvo el reconocimiento -casi unánime- junto a Raúl Castro, por la distención entre ambos países, aunque están aún por ver los resultados futuros que ello tendrá para el pueblo cubano.
A los que ven a Cuba desde lejos o con cristales rosados, puede haberles simpatizado el discurso de Raúl Castro, que parecía escapado de un asilo de ancianos, pero los que viven aquí solo pudieron observar en la lectura de su panfleto la soberbia habitual, de la cual poco se puede esperar.
No parece haber levantado simpatías el comportamiento de los agentes gubernamentales cubanos en el foro de la sociedad civil, que se negaron a ser personas civilizadas. Esgrimir -contra supuestos terroristas- la figura de Ernesto Guevara, que estaba en Bolivia en 1967, matando bolivianos es un contrasentido, máxime cuando ese personaje había proclamado antes de morir, en su “Llamado a la Tricontinental”, que el revolucionario tenía que ser una fría máquina de matar, en lo cual están posiblemente inspirados los terroristas del Estado Islámico.
Pero Guevara no era más que un discípulo de Fidel Castro. Hay que recordar que en 1954, el ex presidente de todo en Cuba, manifestó sus simpatías por Robespierre, del cual aprobó su accionar y aseguró que eran necesarios -en aquellas circunstancias- unos meses de terror. Concluyó que: “En Cuba hacen falta muchos Robespierre”(1)
Hay que felicitar a Panamá por el enorme esfuerzo en la organización de la reunión, pero no hay dudas de que la Cumbre era digna de mejores resultados.
(1)Libro “La Prisión Fecunda” de Mario Mencía, pág. 154.