A la de esta historia dieron su nombre en honor a la hija del General
Martes, febrero 14, 2017 | Martha Beatriz Roque CabelloLA HABANA, Cuba.- La historia que quiero relatar tiene dos partes, una es verídica y la otra es ficción. La real es un hecho en el que me vinculé en el mercado de Carlos III mientras hacía cola para adquirir yogur, uno de los muchos productos deficitarios que hay en el país —a pesar de que se vende en divisas—, en este caso con un precio de 70 centavos de CUC la bolsa, si bien hay otros que se comercializan en diferentes envases que pueden alcanzar hasta 5 CUC.
Delante de mí, durante el tiempo de espera, había una joven de unos treinta y tantos años, pero se veía bien maltratada por la vida. Tenía el dinero en la mano, una parte en monedas de 5 y 10 centavos de CUC, y un billete de 5 pesos moneda nacional —como se sabe, en las tiendas se puede pagar en las dos monedas—. De pronto se le cayó al piso una pieza de 10 centavos; pero para su infortunio rodó hacia abajo de una de las vidrieras y aunque la mujer hizo mucho esfuerzo por cogerla no pudo.
Se viró hacia mí y me dijo: “se queda detrás de ella”, señalándome la persona que tenía delante. Yo le pregunté: “¿Usted se va?” y respondió: “Sí, tenía el dinero exacto y comiendo m…. se me cayó una moneda de 10 centavos debajo de esa vidriera”. Sin pensarlo dos veces le dije: “No, no se vaya. Tome los 10 centavos”.
Ella los aceptó con una gran cara de felicidad y me dijo: “No sabe cuánto se lo agradezco, porque tengo la niña mayor enferma y no quiere comer nada”.
A partir de ese momento, con esa facilidad que tiene el cubano para establecer una comunicación con otra persona, aunque sea desconocida, estuvimos por más de 30 minutos —lo que duró la cola— conversando.
Me explicó que trabajaba de auxiliar pedagógica en una escuela primaria, pero que muchas veces tenía que hacer de maestra porque faltaban los educadores. Está divorciada y la pensión mensual que recibe del padre de las niñas es de solo 50 pesos en moneda nacional; algo que, junto con su salario, no le alcanza para vivir y tiene que estar inventando y molestando a su mamá. Me dijo de manera textual: “No tiene idea de lo que he tenido que hacer para darle de comer a mis niñas”.
Como cualquier buen cubano, reside en un edificio que está considerado inhabitable, pero no ha aceptado un albergue porque sabe de otras personas que viven en esas condiciones y es un peligro para las niñas, que ahorita son unas jovencitas. Debido a que su apartamento está en un segundo piso y ya en el inmueble nada se arregla, no tiene agua y en días alternos tiene que subir 10 o 12 cubos para resolver las necesidades más prioritarias; aunque dice que tiene que dar gracias a su mamá, porque le lava y le plancha los uniformes del colegio de las niñas.
“Imagínese. Mi mamá era militante del Partido (Comunista) y trabajaba en la Federación de Mujeres Cubanas y como mi papá —que en paz descanse— era de apellido Castro, se le ocurrió ponerme Mariela”, cuenta. “Ella ahora no come candela y se arrepiente de haberme llamado así”.
Después contó que ella no le hizo caso a su mamá y se casó con un hombre que bebía mucho, y cuando llegaba a la casa le pegaba; le costó mucho trabajo salir de aquel suplicio y ahora se arrepiente de no haber oído esos consejos.
Él les dejó ese desastre de apartamento donde viven en Centro Habana, y ahora no puede virar para atrás porque su hermana se casó y tiene dos hijos y ocupa la división de la sala, que servía como cuarto de ambas en la casa de sus padres.
Me confesó que tenía días que estaba tan angustiada que cogía a sus hijas y se iba caminando hasta el Malecón. Y eso que las muchachitas comprenden toda la situación y no le piden nada según dijo; pero crecen y les tiene que comprar zapatos para la escuela, uniformes e incluso darles algo para que lleven de merienda, que casi siempre es un pan, porque en el desayuno se comen a la mitad de la cuota de ella.
Pienso que tenía mucha necesidad de que alguien le escuchara todos sus problemas y vio la oportunidad de desahogarse.
Con un poco de imaginación, mientras iba luego camino a mi casa comencé a pensar cómo viviría la otra Mariela, esa por la cual la mamá de esta le puso el nombre.
De entrada, todo el mundo puede ver su súper residencia en Miramar que tiene hasta piscina, siempre llena de agua. También los varios autos que hay dentro de la casa y el cuidado y mantenimiento que tiene la misma. Eso es algo que no hay que imaginar y deja de ser ficción.
Pero seguro que esta Mariela Castro no hace cola para comprar una bolsa de yogurt de 70 centavos de CUC y mucho menos se entristece si se le pierde una calderilla, ella tiene resueltos, sin moverse de la casa, todos sus problemas de alimentación.
Cuando se levanta a desayunar no “dona” su pan a los hijos. Una criada le prepara el alimento, seguro con jamón, leche, pan, jugos, etc. Tiene asegurado el café de todos los días, muy probable de importación, quizás le guste hasta el Pilón o La Llave de Miami y lo mande a buscar.
No tiene que preocuparse por la hora en la que supuestamente pasa el ómnibus para ir al trabajo; en primer lugar, porque no marca tarjeta, y en segundo debido a que un auto moderno le permitirá llegar a su destino laboral, sin siquiera tener que sudarse y empujar a la gente para entrar en la guagua.
Podría seguir imaginando cosas que todos sabemos forman parte del nivel de vida de la alta jerarquía gubernamental, pero se lo dejo al lector para que así podamos compartir esta parte de ¿ficción?