Por: Miladys Carnel González
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Pedro Luis tiene sesenta y nueve años de edad es jubilado de la Empresa Antillana de Acero, donde trabajaba como operador de calderas y su supuesta residencia permanente es en el municipio del Cerro, colindante con el Cupet.
Este hombre paga las consecuencias de vivir en una sociedad donde no hay solución a la mayoría de los problemas. Él vivía con su hermana menor Caridad y dos sobrinos, hasta que su madre falleció y comenzó la disputa por la casa.
Cayó en un estado depresivo debido a la situación de la vivienda y comenzó a tomar bebidas alcohólicas, lo que le costó que su hermana lo echara de su propia casa.
Fue entonces cuando decidió refugiarse en este “local”, donde duerme todas las noches, pasando hambre, frío y necesidades de todo tipo.
En varias ocasiones la policía lo ha arrestado y multado. Los trabajadores lo han acusado porque dicen no puede estar en esa área, pero Pedro les pide que lo dejen dormir allí, porque no tiene un techo para vivir; aunque sabe que su vida corre peligro por cualquier accidente que pueda suceder con el compresor.
Durante el día Pedro recoge materia prima como latas vacías, pomos plásticos, cartón, que dejan los clientes que acuden al Cupet. Su objetivo es conseguir unos pesos para comprar alcohol o “guarfarina” y poder llegar a un estado de embriaguez tal, que le permita olvidar la vida que lleva, como un perro callejero, abandonado a su suerte, según sus propias palabras.
La Habana, 26 de febrero de 2015.