martes, 10 de agosto de 2010

Hostigan con las esposas

Además de las detenciones arbitrarias, amenazas y vejaciones sufridas por los opositores cubanos, un nuevo calvario los oprime por estos tiempos, el dolor y la molestia es tal, que la conocida costumbre de estrechar la mano a los amigos, se está volviendo un martirio entre los defensores de derechos humanos, encontrar a un conocido que ofrezca un buen apretón de manos, les hace recordar hasta los tuétanos, si no el último, una de las detenciones perpetradas por los cancerberos del régimen.
 
El modo mundialmente conocido, de esposar y detener a una persona que comete un delito, en Cuba se ha convertido en otra de las tantas prácticas de tortura que utiliza hoy la policía política para someter a los pacíficos opositores, es evidente que aún no les han dado la orden de disparar a matar, pero han encontrado la forma de canalizar parte de ese odio, que les han inculcado contra los demócratas por más de 50 años. 

Por eso al detenerlos y maniatarlos sin necesidad, porque son inocentes, los oficiales aprietan de tal modo las esposas, que da la idea de un escualo rebanando el antebrazo. Por varias horas mantienen la presión en las manillas de acero, que el dolor presume la pérdida de ambas manos, la sangre comienza a coagularse en las muñecas y los brazos se entumen.

Después de varios días, el dolor se marcha dejando otros aliados, los estigmas que dejaron las anillas, quedan como testimonio del despotismo y la maldad del uniforme, o del feo carné que reza DSE, los calambres en las manos, aconsejan evitar un nuevo encuentro con la Policía Política. 

Cientos en toda la  Isla son torturados con esta práctica tan inhumana, las gélidas manillas no hacen distinción de sexo, los antebrazos de las mujeres se quiebran al instante por la presión que ejercen los bárbaros soldados del castrismo, es como si al sentir el rechinar del garfio, se deleitaran con el dolor del inocente. 

Ciudad de La Habana, 9 de agosto de 2010




Sucesos narrados por el comunicador comunitario Eriberto Liranza Romero